domingo, 18 de julio de 2010

RELUCIENTES ESCARABAJOS SOBRE LA ARENA


"Fanfares (Fanfarrias)". Concebido y dirigido por George Lavaudant. Odeon. Théâtre de l' Europe. Diseño escénico: Jean Pierre Vergier. Vestuario: Brigitte Tribouilloy. Iluminación: G. Lavaudant y José Muriédas. Reparto: Bouzid Allam. Gilles Arbona. Hervé Briaux. Fabien Orcier. P. Morier-Genoud. Sylvie Orcier. Annie Perret... Festival de Otoño. Madrid. Teatro de Madrid. Estreno: 23-11-2000.

Intentar vincular el lenguaje cinematográfico con el escénico, es una vieja obsesión de muchos creadores fascinados por ambos medios, empeñados en demostrar en espectáculos híbridos, que no están tan lejanos los códigos de la pantalla y los del escenario. Pocas veces sale bien; antes, se demuestra lo forzado de este ayuntamiento; y, en el fondo, lo innecesario que resultaba. Más que una vuelta de tuerca en la renovación del lenguaje escénico, parece un capricho de director teatral con gustos cinéfilos.
Estas "Fanfarrias" que tanto prometen en el plano musical, sólo se escuchan grabadas; ni siquiera los sensuales instrumentos de una orquestina popular, con sus brillos y redondeces, aparecen ante el público; una especie de recortables de cartón los simulan entre las penumbras del escenario. Tampoco los actores hablan. Si alguna voz se escucha durante la representación, procede de los altavoces, igual que en las salas de cine.
Este distanciamiento del fenómeno físico vibrante de la voz, o la música en directo (que sí que casan con el teatro), se intenta compensar con un alarde de sensualidad plástica y luminotécnica. El montaje de Georges Lavaudant explora las imágenes con una fuerza y tozudez propias de entomólogo. Los extraños visitantes vestidos de gala que se dejan caer por esta playa mediterránea devastada; y los rústicos habitantes de este entorno duro y arisco, junto a la pureza salvaje del mar, son observados como si fueran brillantes insectos sobre la arena, reluciendo bajo la sugestiva luz de unas velas, una antorcha o una candela. La iluminación es virtuosa, los matices de color que se logran son sutiles e impactantes, la plasticidad rotunda de algunas escenas, (inspiradas en el más glamuroso melodrama americano, y en ciertas claves estéticas surrealistas), crean una mórbida atmósfera visual que tiene su interés escénico, pero que no sirve para justificar la necesidad de este espectáculo.
Algún despiadado autor realista francés, ridiculizaba el pomposo teatro del oficialísimo y romántico Víctor Hugo, comparándolo con la receta para fabricar el mejor de los cañones. Decía: "Cójase un agujero, y póngase alrededor el plomo de la mejor calidad, y a ser posible, decorado con las mejores filigranas". Algo parecido ocurre con este espectáculo de Lavaudant, el cañón del escenario ni apunta, ni dispara hacia nada; como lejanas quedan las fanfarrias, sin demasiada capacidad para despertar el interés y la emoción del ensimismado auditorio, que aplaudió al final, con y cortesía y constancia a sus intérpretes.

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