domingo, 18 de julio de 2010

LOS LÍMITES DEL ASCO Y LA BELLEZA


"El matrimonio Palabrakis". De Angélica Liddell. Dirección: Angélica González. Reparto: Gumersindo Puche. Angélica González. Concha Guerrero. Iluminación: Oscar Villegas. Espacio Plástico: Atra Bilis. Vídeo: Andrés Leal/La Fam. Madrid. Escena Contemporánea. Teatro Pradillo. 22-2-2001.

Angélica González es una de las personalidades artísticas más valiosas del teatro español. Si desde sus comienzos en 1993, sus obras y trabajos escénicos ya respiraban una rareza propia de la vanguardia (tan poco cultivada seriamente en estos pagos) más insolente, osada y poética; su rica e inenterrumpida trayectoria no hace sino confirmar las coordenadas de un mundo propio y personal, factor que distingue a los verdaderos creadores de los que se empecinan en demostrar serlo. Angélica es una mujer de teatro integral que se mide tanto con la escritura dramática, como con la puesta en escena, y -¡más difícil todavía!- con la misma interpretación de sus protagonistas. Una valiosa "rara avis" del teatro español mas furiosamente innovador.
En "El matrimonio Palabrakis", la autora vuelve a ahondar en los planteamientos de su personal entendimiento del teatro, sin lograr su mejor trabajo, pero, demostrando una coherencia y una fidelidad a sus presupuestos estéticos, que consolida el valor y la rigurosidad de su obra completa. El matrimonio Palabrakis se revuelca sobre un lecho de cabezas y miembros de muñecas, ejercitando una singular danza de velas, mordidas con la boca, a los compases de una solemne música barroca. Poderosa imagen para comenzar un espectáculo.
Quizás no sea del todo bueno que la misma autora dirija sus textos, y además los intérpretes, porque crecer a tiempo de tres con un ritmo tan vertiginoso, es triplemente difícil. Pero, por otra parte, hay que considerar que la escritura de Angélica Liddel concluye en la palabra escénica y objetual de Angélica González, la directora. Como actriz tiene un encanto y un sentido de la provocación, tan arrogantes como seductores. Todo en escena está codificado para que sea el espectador quien le quite el papel al caramelo y se lo coma.
En "El matrimonio Palabrakis" la autora se adentra quizás en la más narrativa y truculenta de sus obras. No es del todo bueno. La fragmentación poemática (tanto verbal como escénica) de su discurso teatral colisiona con las reglas de la peripecia, la lógica y la atemporalidad. Su propuesta es más un racimo de sugerencias que una historia cerrada; y Palabrakis, es la más episódicas de sus obras. La provocación, el sexo explícito, la fascinación por las sensaciones, el asco, el deseo, la pringue, la espuma, la escatología, la perversión..., y otras fascinantes extravagancias, ocupan un lugar muy importante en sus trabajos siempre ceremoniales.
Por otra parte, sobre este matrimonio conflictivo se cierne toda una dolorosa visión de la vida, de las relaciones humanas, de las matrimoniales, de las repugnancias generacionales entre hijos y padres. Es duro y, a la par, irresistiblemente atractivo, porque en su aciaga búsqueda, siempre resulta teatral, hermoso y vertiginoso.

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