sábado, 17 de julio de 2010

HAY QUE ACABAR CON TANTA MENTIRA


"Casa de muñecas", de Henrik Ibsen. Dirección: María Ruiz. Reparto: Ángeles Martín. Pedro Casablanc. Modesto Fernández. Lola Casamayor. Manuel Morón. Isabel Osca. Versión: Ronald Brouwer. Escenografía: Andrea D'Odorico. Vestuario: Helena Sanchis. Iluminación: José Solbes. Producción ejecutiva: Ana Jelín. Madrid. Teatro Albéniz. 21-9-2001.

Henrik Ibsen (1828-1906) pertenece a la cúpula de los grandes dramaturgos de la historia. La voz de Ibsen tiene siempre una profundidad moral propia de un gran corifeo de la historia. El joven Ibsen era pobre y huérfano, busco en la escritura dramática una vía de sustento, y trabajó como intendente en varios teatros noruegos. Su primer objetivo fue emular a Shakespeare, en su primera etapa de autor de obras medievales, escritas en verso, reconstruyendo la historia del origen de su patria nórdica, a través de sus mitos. Una civilización o una nacionalidad sustentan su identidad en una tradición escrita. La palabra es antes que el ser, para la ley de los pueblos.
Las tensiones políticas que Ibsen tuvo que sufrir en su propio país por su mirada de francotirador frente a la sociedad de su tiempo, le llevaron a autoexiliarse, viviendo y viajando por Europa. En Roma escribió la primera de sus grandes obras contemporáneas, "Brand", que habría de iniciar una nueva etapa en su producción, alejada de la tramoya de guardarropía de sus primeros dramas. La vida urbana será a partir de entonces el escenario natural de las obras de este sombrío y escéptico Ibsen, consciente, a la vez, del gran poder de su palabra y su mirada dramática.
"Casa de muñecas" (1879) pertenece a este periodo donde se ha cifrado la semilla de su método dramático: la búsqueda de la verdad con todas sus consecuencias. Establecido este rumbo, hay que señalar que en el teatro de Ibsen, lo importante no es sólo lo que se cuenta; sino, cómo se cuenta. La arquitectura dramática de la obra de Ibsen es equivalente a la de un templo; todo un canon sagrado.
El personaje de Nora, (que interpreta Ángeles Martín, con su encanto y frescura habituales) es la patrona de las feministas. La decisión de abandonar a su esposo y sus hijos, tras una profunda crisis familiar, la convierte en la heroína de la mujer emancipada. Hay que recordar que la obra se estrenó en 1879, y que en aquellos años fue toda una bomba en los cenáculos burgueses, que veían amenazada su estabilidad familiar y social, con esta obra de Ibsen.
María Ruiz consigue -como directora- transmitir todo el complejo entramado de Ibsen. Diferencia claramente las situaciones, cuida la interpretación de todos los personajes; el espacio escénico de D'Odorico es esencial y elegante, y el público sigue atento la red de palabras y anzuelos que el autor va poniendo en la sombría peripecia de "Casa de muñecas". No es muy comprensible el adelanto histórico de la ambientación de este montaje, que se sitúa en la década de los años 30 del S. XX. Cuánto más atrás, más contundente resulta el discurso liberador de la obra.
Aunque todo es correcto, y la protagonista demuestra su capacidad para dar verdad a su personaje, falta en todo el espectáculo, grandeza, precisión técnica, solemnidad. Las adversas condiciones sonoras del Teatro Albéniz han llevado a sus responsables a instalar la microfonía como una norma de la casa en los últimos tiempos. Distorsiona la comunicación teatral. La palabra, la prosodia y la emoción, se resienten con esta medida. Mucho más aún, en una obra de Ibsen.
La noche del estreno, el público premió con sus aplausos, el buen hacer de todo el equipo artístico, y especialmente a su protagonista femenina.

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