domingo, 18 de julio de 2010

EL MISTERIO INVEROSÍMIL DE LA RISA


"Eloísa está debajo de un almendro". De Enrique Jardiel Poncela. Dirección y Vestuario: Mara Recatero. Escenografía: Carlos Abad. Música: Volker Kirberg. Reparto: Abigail Tomey. Juan Carlos Naya. Ramiro Oliveros. Ana María Vidal. Antonio Medina. José Carabias. Licia Calderón. Estela Sayar. Rosana Esteve. Nicolás Romero. Cipriano Lodosa. Madrid. Teatro Español. 15-2-2001.

Enrique Jardiel Poncela es el gran excéntrico del teatro español del siglo pasado. Resulta difícil de clasificar, incluso entre los autores de teatro humorístico de postguerra, pues Jardiel había comenzado su trayectoria de dramaturgo en 1927, con el estreno de "Una noche de primavera sin sueño". Amante fabuloso de lo inverosímil, algunos han visto en su obra la semilla del Teatro del Absurdo, que varias décadas más tarde triunfaría en Francia de la mano de Eugène Ionesco. Aunque, Jardiel es un producto más ibérico y contradictorio. Si por una parte pretendía renovar la risa, trasladando la acción dramática y sus personajes hacia unos derroteros fantásticos, más allá de la cordura del realismo; por otra, Jardiel necesitaba del éxito de sus estrenos para alimentarse, y eso le llevó a realizar numerosas concesiones al público, a los empresarios y a las compañías estables de la época, y a sus rabiosas primeras damas. Jardiel afirmaba que el teatro es un arte de diversión para mayorías, y que resultaba inútil "ponerse de espaldas al público, porque el escenario está de frente". Su ingenio no dejaba de guardar cierta desesperanza cuando a la vez se quejaba de que escribir teatro, envilece.
"Eloísa está debajo de un almendro" (1940) es una de sus obras más conocidas. En ella se reúnen distintos subgéneros presentes en su prolífica producción dramática, desde la comedia romántica, a la comedia de suspense, incluidos ciertos misterios de ultratumba. La extravagancia de sus personajes, su arrebatador lenguaje disparatado, espontáneo y directo; y la habilidad e ingenio de su autor para crear juegos de palabras -tan apreciados por el público-, permite demostrar que lo "jardielesco" existe por derecho propio. Quizás sea éste el principal mérito de su teatro: encierra un mundo tan delirante y personal, que no puede confundirse con ningún otro.
Mara Recatero siente una gran admiración por la pirotecnia fantástica de Jardiel Poncela, y ha realizado un espectáculo brillante al servicio de la historia y el espíritu de la obra de Jardiel. Los decorados de Carlos Abad son suntuosos, para que se muevan con comodidad estos sofisticados personajes, que parecen vivir historias imposibles del cinematógrafo. Sobre todo, en el primer acto, el absurdo de Jardiel, arranca con facilidad las risas del regocijado público. Ana María Vidal y Antonio Medina tienen una sintonía especial con este sentido del humor jardielesco, y son los que más alto elevan el listón de la carcajada del público. Abigail Tomey y Juan Carlos Naya prestan su juventud y belleza a los dos jóvenes enamorados de la obra. Ramiro Oliveros, con su personalísima voz, compone un entrañable y distinguido Edgardo Briones, que viaja -sin salir de su cama- por los caminos de hierro de España. Licia Calderón le da enigma y relieve a su perturbado personaje de Micaela, que se pasea por la escena con dos perros. Y Pepe Carabias encabeza a un grupo de extravagantes criados que profundizan la cicatriz de la risa del público.
La noche del estreno, todos los intérpretes y responsables artísticos del montaje recibieron las ovaciones del público, que abarrotaba el coliseo municipal madrileño.

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