lunes, 19 de julio de 2010

EL LOCO INDISPENSABLE


"Loco". Autor, Director e intérprete: Moncho Borrajo. Escenografía: Gerardo Trotti. Ninots: Juan Carlos Moles. Iluminación: José Manuel Guerra. Voces: Teresa del Olmo. Gonzalo Durán. Carlos Rabay. Tema musical: Rafael Rabay. Madrid. Teatro Reina Victoria. 4-10-2000.

El desparpajo y la desinhibición del "loco" resulta tan saludable, que hasta los reyes se han jactado de tener entre sus bufones más íntimos, a locos de extremado ingenio y humor punzante. El público madrileño tiene a partir de hoy su loco particular en este bufón con tan mala uva en que se ha transmutado, en esta ocasión, el excelente cómico Moncho Borrajo. Además, actúa en el escenario de esa especie de teatro palaciego en que ha quedado convertido el Teatro Reina victoria; tras la primorosa reconstrucción -más que restauración- que ha emprendido valerosamente el empresario Enrique Cornejo, devolviendo al centro de Madrid, un teatro acorde con la realeza de su nombre.
El paciente Borrajo se encuentra ingresado en una clínica para "locos" que no soportan la telebasura ni las revistas del corazón; que odia y vitupera a la clase política con mucho humor y sin compasión; y que además -en homenaje castizo a la villa- se hace acompañar en escena por un oso que se llama "Nadie", y con el que realiza algunos duetos memorables. El público del estreno reía más de lo que el cómico loco les permitía, quien, a veces, reprimía tanta risa del respetable.
Sirviéndose del mismo esquema libertario de "El licenciado vidriera" de Cervantes, el "loco" de Moncho Borrajo dice verdades como puños, que sólo a él -por su enajenación- se le permiten. Las terapias de choque de ese hospital se producen con sesiones de varias televisiones encendidas a la vez en distintos canales.
Borrajo se vale de su "Loco" para ironizar y provocar la burla, en torno a temas de absoluta actualidad: la masiva "salida del armario" que recogen constantemente los medios de comunicación; la escatología como respuesta a la clase política; la elevación del pedo a una de las bellas artes; la gordura, el famoseo, y tantos otros temas candentes. Las altas dotes histriónicas del cómico gallego; sus buenas facultades vocales para imitar a cantantes; su malabarismo con "los tacos"; su energía arrolladora, y sus constantes referencias sexuales, convierten su espectáculo en una milagrosa suerte de teatro popular, que se ha mantenido por encima de los siglos. Tal vez no hubiera sido necesario un decorado tan abstracto y calderoniano; ni siquiera el micrófono inalámbrico; ni los "ninots" satíricos de los palcos. Moncho Borrajo se come él solo el teatro; y lo demuestra en el dramático, sincero y poético final que dedica en justicia y homenaje al indispensable oficio de los cómicos: los que ayudan a soportar la vida, con su fábrica de risas y alegría.

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