domingo, 18 de julio de 2010

EL ESPLENDOR DEL SILENCIO


"La valse des adieux. (El vals de los adioses). De Louis Aragón. Recital de Jean Louis Trintignan. Acordeón y composición musical: Daniel Mille. Iluminación: Alain Poisson. Traducción de los sobretítulos: Maria Luisa Rodríguez Tapia. Madrid. Festival de Otoño: Teatro de la Abadía. 8-11-2000.

A veces, sucede en teatro. Raras veces. Pueden contarse con los dedos de las manos. Pero, cuando ocurre, los privilegiados espectadores que han asistido a la revelación, sienten que el teatro puede embellecer sus vidas. La Sala San Juan de la Cruz del Teatro de La Abadía tiene una planta ochavada y una cúpula mística, que lo convierte en el recinto teatral más manierista de la Villa; es un escenario que propicia y exige teatro sagrado. "La Valse des Adieux" del poeta surrealista Louis Aragón, es un concierto para tres instrumentos: acordeón, voz y silencio. Jean Louis Trintignan consigue templar los dos últimos con la soberbia serenidad de su arte. Su presencia en escena deviene importante, desde que aún es un espectro en las sombras.
El público pareció aguantar la respiración al comienzo de la obra, magnetizado y hechizado por la desnuda ceremonia de la representación, hasta que estalló al final en una lluvia de aplausos tan devotos como agradecidos. Dar vida a la palabra escrita de un visionario y lúcido escritor como Aragón que, desde su vejez desolada, habla de su vida y su sueño, por si puede serle útil a alguien su experiencia, es un acto de generosidad y cordura que mantiene vivo el más alto sentido del teatro: pronunciar con devoción la palabra escrita. La reflexión angustiada desde el dolor, la desesperanza y la maldita gracia de la muerte pendiente, por mucho que se piense en ella como el sueño eterno; la falsa esperanza de un surrealista.
Jean Louis Trintignan ofrece una lección magistral de interpretación, no sólo de la transmisión de la palabra y la pervivencia de la memoria, sino que además realiza con enorme sencillez, todo un recital interpretativo sobre las posibilidades expresivas del silencio. Hay momentos de esta representación que hacen avanzar, en escena, el legado de vacío que nos dejó la obra del mismísimo Samuel Beckett.
Si el divo francés se presenta como un simple lector del texto de Aragon; a la par, está acompañado por un músico ejemplar, Daniel Mille, que no sólo toca su instrumento, sino que además -ante la vista del público- le hace el amor. A un acordeón hay que abrazarlo apasionadamente para que fluya su canción. Con los ojos cerrados como un ciego, durante toda la representación, Daniel Mille invoca con la melopea de su música la más profunda teatralidad de Dionisio. El instrumento nacional francés se adhiere al espectáculo como la autentica expresión del sueño. La representación está alumbrada por una mágica luz, casi de velas, (creada por Alain Poisson), que desdibuja los límites de la realidad y el sueño.
"La valse des adieux" demuestra que es posible elevar el listón del teatro hasta cotas muy altas. Esta inolvidable ceremonia de la palabra debería convertirse en un punto de referencia, o en el certero norte de la brújula, para el pujante, vitalista y -a veces- tan desconcertado teatro español.

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