domingo, 18 de julio de 2010

EL DRAMATURGO SE ERIGE EN DIOS


"El Gran Teatro del mundo". De Pedro Calderón de la Barca. Dirección: José Tamayo. Música original: Antón Gª Abril. Escenografía: Gil Parrondo. Vestuario: Pedro Moreno. Reparto: Francisco Valladares. José Rubio. Julia Martínez. Vicente Gisbert. Francisco Grijalvo. Marisa Segovia. César Sánchez. José Hervás. Virginia Soto. Adriana Beato. Madrid. Teatro Bellas Artes. 28-11-2000.

El cristianismo y el teatro no hicieron buenas migas desde el comienzo. Los mimos romanos encontraban en los ritos del bautismo y la comunión, dos de sus principales temas de burla, parodia, y profanación. Cuando la religión de Cristo fue abrazada por los emperadores romanos, los primeros en notarlo fueron los cómicos: comenzó su prohibición y persecución. No sería hasta bien entrada la Edad Media, cuando los santos padres descubrieron el valor didáctico del teatro para alimentar el mundo espiritual de su feligresía, con representaciones de tema sacro. El éxito fue tan grande que lo que habían comenzado siendo pequeñas escenas incorporadas al final de la misa, por navidad y semana santa, pronto se extendieron hasta las plazas y las calles con motivo de las fiestas del Corpus Christi. Los Misterios, las Mansiones y más tarde, las Moralidades, vinieron a desarrollar y articular estas fórmulas de teatro sacro.
Los autos sacramentales del Barroco son la corona que remata este proceso, y Pedro Calderón de la Barca, su principal artífice. La Corte española era la principal aliada del Papa en todas las guerras que se mantenían contra el turco infiel y los herejes protestantes. No es de extrañar que el mejor teatro religioso de la Contrarreforma se realizara en Madrid, rival con Roma de la capitalidad cristiana. El auto sacramental se representaba para el vulgo y para la corte. La exaltación de la fe verdadera se hacía a través de alegorías, símbolos y una espectacularidad de tramoya insuperable. No hay desnudez religiosa en los Autos, sino una gran retórica cortesana, similar al valor de las monarquías absolutistas de la época.
José Tamayo es un mago del espectáculo, y conoce mejor que nadie los mecanismos para montar Autos Sacramentales; su larga experiencia y los singulares recintos artístico-religiosos donde los ha representado, le avalan como el maestro español del género. En su gira con motivo del gran jubileo del año 2000, y del Cuarto Centenario de Calderón, no ha querido privar a Madrid de la oportunidad de ver este genuino espectáculo en un teatro. La grandilocuencia calderoniana casa bien con el estilo de Tamayo. También le atrae el guiño profundo al teatro que Calderón realiza en esta obra, donde el dramaturgo se confunde con Dios, como autor de todo lo que sucede en el Teatro, gran escenario del mundo. La clara dicción de los intérpretes, y la fastuosidad de los figurines de Pedro Moreno que encajan a la perfección en la rica escenografía de Gil Parrondo, garantizan al público un espectáculo singular, de gran belleza plástica, y rigurosidad teatral.

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