miércoles, 30 de junio de 2010

FIESTA EN EL JARDÍN


"Las mujeres sabias". De Molière. Versión: Adolfo Marsillach. Producción: Juanjo Seoane. Dirección: Alfonso Zurro. Actores: Berta Riaza, Analía Gadé, Emilio Alonso, Cecilia Solaguren, Yolanda Diego, Román Sánchez, Camilo Rodríguez... Madrid. Teatro Albéniz. Estreno: 29-1- 1999.

Molière fue un hombre de teatro; además de dramaturgo, fue actor y empresario; trabajó para el Rey Luis XIV, y fue el inventor de un teatro divertido, ingenioso y sobre todo satírico. Las polémicas, los escándalos y las prohibiciones le persiguieron durante su rápida vida teatral; pero siempre contó con el apoyo de su amigo el Rey de Francia. Molière es el genio cómico por excelencia, su inteligencia y agudeza le llevaron a escarbar en las debilidades humanas y las pretensiones sociales de su tiempo. Molière pensaba que el teatro debía divertir enseñando, poniendo en evidencia la hipocresía y las injusticias de la sociedad con un tono tan jocoso como corrosivo. Fue, por otra parte un defensor de las injusticias que se cometían con las mujeres. O sea, la obra de Molière, lamentablemente sigue de plena actualidad.
"Las mujeres sabias" que acaba de estrenarse en Madrid, es una regocijante fiesta teatral plagada de gracia, ingenio y divertimento. La versión de Marsillach tiene el verbo fácil y fluido de la mano de un buen comediante; cumple con creces la frescura que Molière exigía para el teatro. Berta Riaza da una gracia original y fina a su personaje que -en su disparate y locura- enlaza estupendamente con el espíritu jocoso de la Comedia del Arte italiana, tronco de toda la obra cómica de Molière.
El director Alfonso Zurro conoce bien los mecanismos de la comedia italiana: ritmo, color, celos, enredos, música alegre, bailes..., y ha tenido además el acierto de convertir a Analía Gadé, con su potente presencia escénica, en el autentico Pantalone de la representación; su vigor y arrogancia interpretativa recuerda a ciertos personajes de Nieva o el mismo Genet. La escenografía, el colorista vestuario, y la dinámica iluminación -casi de tebeo- refuerzan la idea de jugosa fiesta teatral en la que el público disfruta como si estuviera en un jardín palaciego viendo actuar a un buen puñado de cómicos. Lástima que el director y el autor de la versión no hayan usado un poco más de mala uva, unos buenos dardos envenenados contra tantos pecados sociales de nuestro tiempo; hubiera sido más molieresco y habría ayudado a comprobar, de nuevo, el brillante filo que puede llegar a tener, el poderoso cuchillo de la comedia satírica.

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