lunes, 28 de junio de 2010

EL JARDÍN DE LAS DELICIAS

El jardín de las delicias

"Jimmy, criatura de ensueño”. Texto, interpretación y dirección: Marie Brassard. Decorados y accesorios: Simon Guilbault. Banda sonora: Michel Côté. Iluminación: Eric Fauque. Madrid. Teatro de la Abadía. 5-XI-2002. Festival de Otoño 2002.

Imagínese que por estar leyendo estas palabras, usted descubriera que no existe, sino que es sólo el lector soñado del que escribe estas palabras. Desde esta perspectiva debe afrontarse el peculiar y valioso espectáculo “Jimmy, criatura de ensueño”, que presenta la genuina actriz canadiense Marie Brassard. Su propuesta escénica enarbola la más certera vanguardia teatral del momento, en la estela abierta por Robert Lepage, donde se cruza el mar antiguo del teatro con la tecnología como lenguaje asistente de la representación.
Jimmy es el narrador y único personaje de la obra. Jimmy sólo existe en el sueño de algunos seres humanos, como los genios perviven en las lámparas. Cuando los soñadores se despiertan, el tiempo se detiene para Jimmy. Él se presenta a sí mismo como un peluquero homosexual soñado por un General, poco antes de morir. Más tarde lo soñará una actriz de una gran imaginación erótica, y se convertirá en un hombre con un gran parecido a Ives Montand. Su cuerpo y su sexo sufrirán mutaciones al cambiar de sueño.
La imaginación y lo excesivo, lo onírico y su fantasía, son buenos aliados del teatro. La presencia física del actor en teatro es tan natural y verdadera, que el interés dramático aumenta cuando se pone en conflicto con el artificio o lo irreal. “Jimmy, criatura del sueño” está más cerca del cuento fantástico que de la abstracción o la poesía. La palabra estimulante de la autora-actriz-directora conduce la representación, porque plantea la convención de lo fantástico, que debe aceptar -de entrada- el público, para poder realizar este delicioso crucero por el mar de los sueños de Jimmy.
Marie Brassard se vale de la tecnología para actuar con voz de hombre y voz de niño. Reproduce estremecedoramente el silbido frenético de una locomotora. El tratamiento sonoro deviene dramatúrgico. Aunque hay que reconocer que en ciertos pasajes, esta voz procesada en lengua francesa, disturbe el poder de sugestión de esta juguetona rapsoda del sueño, sobre su auditorio. “Jimmy…” es ante todo juego escénico e inteligencia perversa; una representación gozosa y profunda, capaz de horadar en el auditorio los más hondos túneles de silencio que se hayan podido sentir en un teatro en los últimos tiempos. La interpretación de Brassard –por encima de los micrófonos- es como la de un clown zen, con tanto sentido de la parodia como de la ceremonia.
Todo este rico mecanismo conceptual está servido por una puesta en escena gozosa y sensual, sobre una minimalista escenografía racionalista, iluminada con gran colorismo.
El público arropó con sus risas y sus silencios la profunda y reverente creación teatral de Marie Brassard, y la obligó a saludar reiteradamente con insistentes salvas de aplausos.

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